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Homilia Vigilia Pascual

¡Venga tu Reino!

Abril 11, 2009

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy es la noche más importante del año. Todos los signos religiosos de esta noche apuntan a ese objetivo: El fuego nuevo que ilumina las tinieblas del pecado, el cirio encendido que representa a Cristo. El agua que bendecimos como elemento regenerador, la invocación de los santos, la celebración del bautismo, el canto del Gloria y del Aleluya, que estuvieron ausentes en la Cuaresma. Inauguramos ahora un tiempo nuevo.

Pero soy consciente de que es difícil entender bien, asimilar, encuadrar correctamente tanta alegría y tanta luz como recibimos esta noche de Pascua. El ángel le dice a las mujeres: «¿Buscan a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí, ha resucitado» (Mc 16, 6).  Es decir, ¿por qué o para qué están buscando a Cristo en donde no está? ¿No han entendido? Cuando Jesús habló por primera vez a los discípulos sobre la Cruz y la Resurrección, mientras bajaban del monte de la Transfiguración, el evangelio nos dice que ellos se preguntaban qué querría decir eso de «resucitar de entre los muertos» (Mc 9, 10). En Pascua nos alegramos porque Cristo no ha quedado en el sepulcro, su cuerpo no ha conocido la corrupción. ¿Pero qué significa realmente esto? ¿Por qué le damos tanta importancia a esta noche y al día de Pascua? ¿Por qué san Pablo exclamó: «¡ Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe!»

¿Han pensado en mundo sin Resurrección?

¿Cómo, en ese supuesto, habría transcurrido la historia posterior de la humanidad? ¡Ni cristianismo ni Iglesia, ni humanidad redimida. Y en el plano personal, imagine cada cristiano su historia espiritual: Ni Padre providente, ni Cristo resucitado, ni Virgen María, sin bautismo, sin Eucaristía, sin penitencia… No habrían existido san Pablo, san Agustín, san Francisco, santo Tomás de Aquino, santa Teresa, ni nuestra historia cristiana familiar y personal. Imposible imaginar un mundo sin cristianismo, sin Resurrección. ¡Eso es lo que celebramos hoy!

Todo cambió grandiosamente de rumbo, la historia dio un gran vuelco hacia arriba, cuando muy de mañana, el día de Pascua se alzó con el poder de Dios la firme losa del sepulcro y salió, potente y glorioso como un gigante vencedor, el Señor resucitado, dándoles la razón a los profetas, llenando de sentido a sus parábolas, dando cumplimiento a sus promesas, empujando hacia adelante el futuro de la humanidad. ¡El Señor ha resucitado!, gritaron primero las santas mujeres, luego Pedro y Juan, y al final todos los apóstoles.

A los hombres nos cuesta mucho entender la lógica de Cristo, la lógica del amor de Dios al hombre. Y si queremos entender lo que significa su Resurrección, tenemos que entrar en SU lógica, no la nuestra. Es una lógica sobrenatural, que de no haber sido porque Cristo no sólo la enseñó, sino que la vivió, no habríamos podido comprenderla: Morir para vivir; perder la vida para ganarla; ser el último para ser el primero; hundirse en el surco para dar fruto; en definitiva, el mensaje de la Pascua: morir para resucitar, la luz que ilumina las tinieblas. ¡Las paradojas de Dios! ¡Esa es su lógica! Nos podríamos revelar y no estar de acuerdo, pero qué vamos a hacer, ES ASÍ, así lo quiso Dios, nos guste o no. Solamente quien asume estas paradojas en su vida será completamente feliz.  Tal y como les sucedió a las mujeres que iban al sepulcro: de la muerte, del sinsentido, de la tristeza, de la derrota, Dios les comunicó gozo, paz, alegría, luz.

A lo largo de su vida y, sobre todo, en su Pasión y  Muerte en la Cruz, Cristo ha destruido y ha vencido el odio, la maldad humana, la violencia, la injusticia, la venganza y toda la corte de vicios que nacen en el corazón del ser humano y son causa de sufrimiento temporal y de muerte eterna. Paradojas de la lógica divina:

–      Jesús ha vencido al odio con la fuerza de su amor.

–      Ha vencido la violencia con su corazón pacífico y su gesto amable y dulce.

–      Jesús ha vencido la venganza con el perdón dispensado desde la Cruz en la que moría martirizado.

–      Ha vencido la injusticia de los hombres con su corazón misericordioso, lleno de amor y de compasión hacia los pobres, los enfermos, los marginados y los pecadores.

–      Jesús ha vencido la impureza y la suciedad de nuestros corazones con sus ojos limpios y con su corazón puro.

–      Ha vencido al Mal sembrando el bien a manos llenas por todos los lugares por los que pasó.

–      Jesús ha abierto un torrente de Bien y de Bondad con el que quiere anegar todo el mal del mundo, y para ello pide la colaboración de todos los cristianos.

¡Seamos como Jesús! ¡Imitemos a Jesús! ¡Busquemos nuestra fuerza en Jesús!

Con su Muerte y Resurrección ha vencido al último y oscuro enemigo del hombre: la muerte. Con su muerte nos ha dado vida.

¿Por qué nos cuesta tanto comprenderlo? Señor Jesús:

Dudo y temo, pero Tu me dices: ¡confía!
Me siento angustiado y me dices:
¡tranquilo!

Prefiero estar solo y me dices:
¡ Ven y Sígueme!

Fabrico planes y me dices:
¡ Déjalos!

Quiero ser jefe y me dices:
¡ Sirve !

Quiero mandar y me dices:
¡ Obedece !

Quiero comprender y me dices: ¡cree!
Quiero claridad y
me hablas en parábolas.

Quiero violencia
y
me hablas de Paz.

Saco la espada y me dices:
¡ Guárdala!

Intento ser conciliador y me dices:
¡ He venido a traer fuego a la tierra!

Quiero esconderme y me dices:
¡ Muestra tu luz!

Busco el primer puesto y me dices:
¡ Siéntate en el último lugar!

Quiero ser visto y me dices:
¡ Reza en lo escondido!

¡No! No te entiendo, Jesús.
Me provocas. Me confundes.

Pero me sucede lo
que a Pedro:
¿ Señor a quien irè?
no conozco a nadie
que tenga como Tú,
palabras de vida eterna.

Muchas paradojas, es verdad. Pero mucha alegría porque su presencia de Resucitado llega incluso a nuestra muerte. «He resucitado y ahora estoy siempre contigo», dice a cada uno de nosotros. Mi mano te sostiene. Dondequiera que tu caigas, caerás en mis manos. Estoy presente incluso a las puertas de la muerte. Donde nadie ya no puede acompañarte y donde tú no puedes llevar nada, allí te espero yo y para ti transformo las tinieblas en luz.

Queridos hermanos, verdaderamente esta es la noche en que escuchadas las palabras del Maestro, el corazón humano no puede albergar tristeza alguna. Es la noche en que la Iglesia toda prorrumpe en un gozo exultante: «¡Ha resucitado el Señor como lo había dicho!».

¡Que experiencia también la nuestra! La alegría cristiana, no es un momento pasajero de gracia o diversión; no se alimenta de bailes, bebidas, ni alcohol, con los que el mundo muchas veces busca ahogar las penas, la desesperanza y el sinsentido de los que viven sin Dios.

Qué distinta la alegría del creyente. Ella se fundamenta en lo inaudito a la vez que real: ¡Cristo resucitado de entre los muertos! Ella se alimenta de estas paradojas de las que hemos hablado.

Él con su resurrección ha cambiado la historia humana. Él venciendo la muerte nos ha dado el pase para la eternidad. Él ha reconciliado lo humano con lo divino. Él nos ha devuelto a la comunión con Dios. Ha restaurado la semejanza del hombre caído, arrancado el miedo del corazón humano,  dado la certeza tangible del amor de Dios, extirpado la inseguridad existencial del hombre. Y a quien era incapaz de redimirse, lo ha hecho creatura nueva, hijo de Dios, gloria del Padre, imagen del Hijo, templo del Espíritu Santo; en fin nos ha divinizado a quienes por propia culpa nos habíamos desterrados del paraíso.

Para algunos cristianos la fe es sólo un esfuerzo por mantenerse en gracia. Cabría otra actitud más simple, pero más instructiva y excelente: Una enorme seguridad del poder de Dios en mi vida. Ninguna de mis culpas me destruirá completamente. Si sufro unido al Señor, ese dolor tiene poder de gloria. Si alguna enfermedad me aqueja, se avecina mi liberación. Si voy a morir no es una catástrofe: es Alguien que viene amorosamente a mi encuentro.

Hablar de alegría no significa ignorar el dolor, el sufrimiento, la muerte, sino descubrir el sentido del dolor, del sufrimiento, de la muerte. Es la alegría de ser nuevas creaturas, de vivir la certeza de estar resucitados, la alegría de poder leer la historia desde adentro, la alegría de valorar las cosas y las personas según su dimensión definitiva, la alegría de saber que se acerca el encuentro definitivo con Cristo.

Por tanto en esta Vigilia se nos encomienda un gran compromiso: decir al mundo que Jesús ha resucitado. Nosotros saldremos de esta Vigilia para llevar a nuestros hermanos la esperanza y la luz de Cristo resucitado.
Debemos irradiar, en un mundo paralizado por el pesimismo, por las lamentaciones y por la tristeza, el gozo pascual.
Quien nos encuentre tiene derecho a ver en nosotros un nuevo estilo de vida, un nuevo modo de comprender y de realizar la historia.
Cada uno que se encuentre con nosotros tiene derecho a ver en nosotros una alegría profunda y una esperanza firme. Quien se encuentre con nosotros tiene derecho a escuchar de nuestros labios el anuncio que hemos recibido en esta noche: que Jesús ha resucitado y vive, que viene a nuestro encuentro, que ha inaugurado una nueva vida para Él y para la humanidad entera, porque la resurrección de Jesús se extiende a todo el mundo.

En Jesús se encuentra el sentido de nuestra vida, se resuelven nuestros dramas, se entienden nuestros sufrimientos, se realiza nuestra esperanza.

Les deseo que la Pascua sea de verdad para cada uno de ustedes el comienzo de una vida nueva, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, en la Iglesia, porque Cristo, nuestra vida ha resucitado.

Que la Santísima Virgen María, la primera que saltó de gozo por la resurrección de su Hijo, ponga en nuestros labios y en nuestro corazón el canto del aleluya todos los días de nuestra vida.


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