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XVIII La Pasión en Jerusalén, en el altar y en las almas

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Hora Santa XVIII
La Pasión de Nuestro Señor en Jerusalén, en el altar
y en las almas

(Todos, en voz alta)

¡Que tu sangre caiga sobre nosotros y nuestros hijos, Jesús!

(Tres veces)

¡Oh, sí, que tu sangre caiga, Señor, como el maná milagroso, en nuestras almas, como un rocío celestial sobre nuestros corazones…, como una bendición de amor sobre nuestros hogares, como una redención suprema sobre nuestra querida Patria!…

(Todos, en voz alta)

(Tres veces)

Por tu sangre preciosa, ¡venga a nos tu reino!

(La Pasión del Salvador no terminó en el Gólgota…: se perpetúa en los altares y en las almas… Pero de la misma manera que la misericordia del Señor convirtió sus llagas en una fuente redentora, descubramos también nosotros un nuevo manantial de gracias misteriosas en la herida que la ingratitud humana ha vuelto a abrir y sigue abriendo… Ved…, ahí, en el altar, se reproducen las agonías de Getsemaní y el sacrificio del Calvario… Hora nefasta y de tinieblas fue en verdad, aquella en que se aherrojó al Señor en la prisión…; que ésta sea en desagravio una hora de luz esplendorosa… Hora de odio y de pecado la de la traición de Judas… ¡Que la Hora Santa sea una hora de reparación y de alabanza amorosa!…).

(Salgamos al encuentro de Jesús Agonizante…; oremos y velemos una hora en compañía suya… Nuestra presencia cubrirá la multitud de pecados que prolongan su agonía… Oremos con fervor de inmensa fe).

Las almas. Señor Jesús, al despertarse los apóstoles, cuando se acercaba ya el traidor, sus ojos pudieron contemplarte, bañado en un sudor de sangre que, destilando de tu cuerpo, empapaba el suelo… Y a la Reina Inmaculada, a San Juan y Magdalena, les fue dado también el ver, abiertos los manantiales de tus llagas, de donde manaba a torrentes nuestra vida… ¿Por qué, Señor, no abrirías esta tarde a tus amigos el cielo de tu pecho atravesado?… ¿Por qué no les mostrarías, misericordioso, aquella honda herida de tu Corazón Sagrado, ya que hemos venido para suavizarla con el bálsamo de ternuras y de amores?… ¡Oh, aumenta, Jesús, de tal modo nuestra fe que nos sea dado contemplar en esta Hora Santa todo un cielo, en el incendio de llamas y dolores que en día venturoso arrebató en éxtasis el alma de tu Confidente Margarita María!… No quieras, Maestro, cerrarnos esa herida y guardar para Ti sólo los secretos de tu angustia… Páganos así el haber correspondido esta tarde, con amor ardiente, al llamamiento que hiciste desde Paray-le-Monial…

Habla, pues, Jesús adorable, exponnos tus peticiones y tus quejas…; pero, sobre todo, habla para enseñarnos la ciencia de amarte, no de cualquier manera; enséñanos la gran ciencia de amarte en el sufrimiento y en la cruz, en unión con tu Corazón adorable… Háblanos, Jesús.

(Un instante de gran recogimiento)

Voz de Jesús. Bienaventurados mil veces aquellos que sienten sed de conocerme de veras penetrando en las intimidades de mi Pasión…, secreto que no revelo sino a los verdaderos amigos, a los apasionados de mi Sagrado Corazón…

Escuchadme, hijitos: ¿Sabéis el porqué de aquel sudor de sangre que empapa mis altares diariamente?… ¡Ah!, son las lágrimas que lloro, herido, traicionado por el número de ingratos. ¡Oh dolor!… Amasé esas almas con mi luz…, las embellecí con mi hermosura…

Las alimenté con mi sangre…

Las albergué en mi Corazón…

Las rodeé de mis ángeles…

Las enriquecí con mis tesoros…

Les revelé mis secretos…

Las senté en mi trono…

Las confié a mi Madre…

Les prometí un cielo eterno…

Y todo esto a costa de un amor y de un dolor infinitos… ¡Ah! ¿Dónde están ahora tantos de esos hijos mimados?… ¿Dónde?… La cobardía comenzó a arrebatármelos… luego, su propia debilidad les hizo resbalar por la pendiente peligrosa…; la pasión ahondó el abismo de las distancias…, y, por fin, el olvido y la ingratitud consumaron la obra de tinieblas y de muerte… Llorad, ¡oh!, llorad conmigo, vosotros mis amigos fidelísimos, vosotros mis apóstoles…, sobre el pecado de tantos y tantos ingratos… Vedlos a distancia ya… Se han ido llevando en el alma, ciertamente, una saeta de fuego, un remordimiento, pero, ¡ay!, ¡cuántos de ellos ríen y cantan para aturdirse en la bacanal de un mundo corruptor!…

Ya no cuento Yo para ellos…, Yo, Jesús… Y no es esto sólo…; hay todavía algo mucho más triste y doloroso. ¡Cuántos de esos ingratos son hoy día verdaderos apóstatas renegados que me devuelven amor con odio!… Sí, me odian… y esto… por una criatura…, por la vil moneda…, por una situación de honor humano…; baladí… Han olvidado que apenas mañana tanta mentira y vanidad no será sino un puñado de cenizas en una tumba solitaria…

Parecen olvidar que más allá de esa tumba comienza la obra de una justicia fulminante y eterna… ¡Y ésos son hijos que Yo engendré en la omnipotencia de mi brazo y en la omnipotencia de mi sangre!… Sí, y esos hijos se ruborizan hoy de mi pobre cuna, de mi Cruz, de mis altares… Así me pagan el haberlos amado con ternura infinita… ¡En pago de ella me enrostran la voluntaria ignominia con que quise cubrirme para cubrirlos a ellos de gloria inmarcesible!…

Llorad, ¡oh!, llorad conmigo tanta desventura, amigos y apóstoles míos… Llorad, sobre todo, si en vuestro propio hogar hubiera alguno de esos ingratos… Hay tal vez… aquí un hijo o un hermano…, más allá un padre o un esposo que se encuentran hoy día a gran distancia del altar de su primera Comunión… Confiad, reparadores míos… pues la Hora Santa es una gran preparación por esos desdichados… Y sabedlo: este desagravio comienza aquí su conversión… Valor, pues, almas queridas; salvemos, vosotros y Yo, a esos seres queridos, salvémoslos tal vez a pesar de ellos mismos… Lloremos ya que ellos no lloran…, oremos ya que ellos no oran.

(Silencio)

Las almas. Después de escucharte Jesús, queremos presentarte en desagravio y en consuelo, más que lágrimas de los ojos, lágrimas y plegarias del corazón… Y para que esta ofrenda sea preciosa en su pobreza, te la ofrecemos, Corazón de Jesús, en el cáliz del Corazón Inmaculado de María, la divina Reparadora… Escúchanos, Maestro:

Corazón de Jesús, triturado a causa de nuestros pecados: vuelve hacia nosotros tus ojos, nublados por una mortal tristeza; y cuando tantos amigos desleales te abandonen… ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

(Todos)

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús; cuando so pretexto de prudencia mundana, culpable, se te posponga en tus derechos soberanos; ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por razones inaceptables de sabiduría no cristiana se te ofenda conculcando los deberes de conciencia, ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por la imposición tiránica de supuestas exigencias sociales se te ultraje atropellando las fundamentales exigencias de tu santo Evangelio…, ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por seducciones de vanidad mundana y pecaminosa se te hiera quebrantando desdeñosamente tus leyes sacrosantas… ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por imposición absurda y muy culpable de la moda indecorosa se flagele tu carne y se la despedace cruelmente, ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando por combinaciones de una política sanedrista y sacrílega se te ultraje poniéndote en parangón con Barrabás… ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

Corazón de Jesús: cuando bajo el título irrisorio de ciencia, es decir, de refinado orgullo, se elimine tu nombre y se descarten tus derechos de Rey divino con el pretexto injurioso de que lo exigen el progreso y las libertades de la época…, ven a nuestra casa en busca de consuelo.

Ven a nuestro hogar en busca de consuelo.

(Si tenemos una petición urgente en favor de alguno del hogar querido, que ansiamos ver convertido, o cualquiera otra intención de orden moral, aprovechemos estos instantes preciosos… Ahí a dos pasos, en esa Hostia Divina, aguarda vuestra plegaria el Rey divino, cuyo cetro es de misericordia).

(Pausa)

Y ahora sigamos al Salvador paso a paso en el camino de sus amarguras. Apenas le ha besado Judas, helo cautivo de sus enemigos… Poco después se le arroja en un calabozo…, y horas más tarde ya está en camino del Calvario… ¿Cómo explicaremos tanto crimen? ¡Ah, es que el mundo ha puesto en un platillo de la balanza a Barrabás y en otra a… Jesús; y Barrabás, el asesino, ha inclinado en su favor la balanza de la iniquidad! ¡Crimen de ayer, de hoy y de todos los tiempos!

Jesús, porque es Dios, condena y despedaza los ídolos…

Jesús es la Vida…, y con la barrera de su ley y su doctrina, detuvo en su camino victorioso y venció a la muerte…

Jesús es el Amor… Prohíbe y condena el odio y la pasión… Ved por qué las tinieblas complotaron contra Él, lo asaltaron con furor, lo condenaron sin piedad.

Jesús es la Belleza increada… y por esto debió condenar sin apelación toda licencia y todo desenfreno…

Jesús es la Verdad substancial, suprema… Fulminó, pues, sentencia de muerte contra toda libertad de pensamiento…

Jesús es la Justicia soberana…, y por esto reprobó la iniquidad que se titula «libertad de conciencia»…

Jesús es el Verbo de luz indefectible; es Él la fuente infinita, única, de todo amor humano, de toda vida…; por esto sometió a su Ley los sentidos rebeldes y el espíritu orgulloso…

Lo que el mundo, pues, achaca a este Rey de reyes, lo que sirve de pretexto para condenarle, no es sino su obra redentora… He ahí la venganza ruin de los ídolos infames, hechos pedazos por el Evangelio… Son las puertas del infierno, que pretenden en vano prevalecer en contra del Señor de señores… De ahí que, en su furor, tan inútil como insano, vociferan: «¡Quítale!… No queremos que este Rey de verdad y de amor reine sobre nosotros… ¡Quítale!». Así gritan los liberticidas de la conciencia y de las naciones… ¡Ah! Pero en balde luchan; pues, mal que pese al infierno, Jesús es y quedará el único Juez, el único Libertador y el único Señor de sociedades y de pueblos!…

(Aquí puede entonarse un himno apropiado a la Realeza del Corazón de Jesús).

(Aclamaciones en voz alta)

(Tres veces)

Sólo Tú serás nuestro Rey ¡oh, Jesús!

 

Reclamamos tu reinado prometido, Jesús.

Convierte a tus enemigos, Jesús.

Herodes, como tantos cristianos de nuestra época, no conocía al Señor sino de nombre… Representémonos un momento esta escena sublime y conmovedora: Jesús encadenado delante de Herodes el villano…

Éste interroga, acosa a preguntas al Rey divino, que responde con un silencio de majestad divina… ¿Por qué no habla Jesús y se defiende?… ¡Oh!… Este Señor, que presta atentos los oídos y que abre de par en par el Corazón a los débiles, a los leprosos morales de todas las categorías, no se digna contestar a la canalla soberbia y corrompida… Sus labios divinos parecen sellados… Enmudece delante del ruin, del villano, cuya impiedad, mezcla de orgullo y de fango, profana con cinismo su Cuna y su Calvario…

Jesús adorable, tu silencio provoca entonces la cólera y la venganza…, y Herodes te castiga vistiéndote de Loco… ¡Ah!… ¡Y en ese instante de suprema ignominia callaste todavía…, como para confirmar ante el mundo que eras el divino Insensato!…

Sí, ¡oh, sí, Jesús! Tu Encarnación incomprensible… tu Cruz y el santo Tabernáculo, cantan a las claras la locura de un infinito amor… Y ahí, en esa Hostia que adoramos de rodillas, conservas todavía las vestiduras blancas del Insensato, como para predicar al mundo de los sabios la victoriosa y sublime insensatez de tu infinita caridad.

Y así, vestido y encadenado en el Sagrario como el Insensato, reparas, Señor, los daños, los inmensos males que provoca en la tierra la sabiduría orgullosa, que te elimina y te condena a ti, pervirtiendo tantas almas…

Señor, mejor que nosotros Tú sabes que, después de veinte siglos, el mundo persiste en reproducir contigo el ultraje del inicuo Herodes…, y, como él, la sociedad actual sigue tratando tu Persona adorable, en tu doctrina y en tus leyes…, de Insensato…

Cuéntanos Tú mismo, Jesús, esta angustia mortal… Rasga nuestras tinieblas ¡oh, Verbo increado y eterno!… Háblanos Tú mismo, Jesús…

(Sobrecogidos de santa emoción, recojamos en lo íntimo del alma el reproche que el Señor va a hacernos; recojámoslo para nosotros, y transmitámoslo a tantos cristianos cuyo criterio, por desgracia, no es ya el criterio de la fe, y que, contagiados por el mundo, razonan como él y ceden con lamentable condescendencia a sus imposiciones, con frecuencia anticristianas).

Voz de Jesús. Yo soy la luz bajada del cielo para alumbraros, hijitos míos, disipando todas vuestras tinieblas…; pero esas tinieblas rehusaron aceptarme, no quisieron comprenderme… Vosotros, de tan buena voluntad, juzgad en esta Hora Santa entre la verdadera locura del mundo y la real sabiduría de mi Evangelio y de mi Cruz… Al hablaros con esta intimidad, ahogaré los sollozos dentro de mi pecho, para que todas mis palabras resuenen con claridad en vuestras almas… ¡Oídme!…

 

(Muy lento y con gran unción)

El mundo aprueba plenamente que, por razones de diversión y de placer, con frecuencia peligrosos y siempre pasajeros, sacrifiquéis en parte la salud… Según él os es perfectamente lícito acortar la noche, el reposo necesario, cuando así lo exigen lo que llamáis razones de sociedad… Por motivos también de negocios y dineros, el mundo no reprocha a nadie el sacrificio, la quietud de la vida normal, el descanso del cuerpo o del espíritu… Esto, si el mundo así lo pide… ¡Ah!… Pero si Yo solicitara la cuarta parte, y menos aún, de semejantes sacrificios, tributo obligado a la vanidad o al placer…; si Yo me atreviera a pedir con timidez una hora más, de día o de noche, una sola hora, en mi adoración o en mi servicio, y ésta con promesa de recompensa, de paz acá y de cielo en la eternidad… ¡Oh!, la respuesta sería un cruel rechazo… ¿Ceder a mis deseos? ¡Qué imprudencia!… ¿Presentarme el pobre obsequio que deseaba? ¡Exageración ridícula!… Por esto, ¡cuántas y cuántas veces, después de haber tendido una mano suplicante a mis propias creaturas, debo retirarla como un mendigo! ¡Yo, el Rey de los reyes soy siempre el Insensato, y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

(Dos veces)

Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

¿Quién os reprocharía, hijos míos, en el mundo, que empleéis a veces largas horas, tardes enteras, en ciertos deberes de sociedad… en visitas molestas tal vez, pero que consideráis necesarias para mantener vuestras relaciones sociales?… Eso pide el mundo. Pero cuando Yo me atrevo a pedir la Comunión más frecuente…, o que se me acompañe con más fidelidad en mi Cárcel eucarística de amor…; cuando dulcemente insisto para que en el hogar se me rinda el homenaje de un honor…, de una plegaria familiar…, ¡ay!, todo ello, dice el mundo, es imposible…; son absurdos que conviene evitar…; todo ello es ponerse en ridículo, ¡y eso jamás!… En silencio, pues debo retirarme y callar, pues ¡Yo, el Rey de reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

 

(Dos veces)

Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

Ved, amigos de mi Corazón, con qué afán todos en el mundo, aun los mejores, se acomodan a los cambios frecuentes, caprichosos, tiránicos de la moda…; con qué admirable docilidad ceden a una corriente nueva… y aceptan hoy lo que reprochaban ayer… Que esas exigencias de novedades y de modas sean costosas… o sean poco castas y anticristianas…, que traigan consigo graves peligros para la paz de la conciencia o del hogar, aquello no se toma en cuenta; cuando el mundo ha dicho una palabra, la sociedad obedece y se doblega. Eso, si el mundo ordena algo. Pero cuando Yo me atrevo a predicar una virtud un poco más austera, menos de artificio…; cuando reclamo dulcemente más amor en más abnegación y sacrificio…; si por boca de mi Iglesia impongo ciertas obras de mortificación sencilla y mitigada…, ¡ved con qué prontitud y celo pretenden eximirse aun los que se dicen mis discípulos…, ved cómo protestan muchos de ellos por razones de prudencia!… ¡Ah ! Y en cambio, siguen caminando sobre las espinas envenenadas, dolorosas, que les presente el mundo…, pero a Mí me vuelven las espaldas, porque ¡Yo, el Rey de reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

(Dos veces)

Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

Más todavía: los hijos gozan en la familia de plena libertad para elegir una situación y una carrera…, siempre que ésta los retenga entre los peligros incontables de un mundo sembrado de abismos… En tal caso, los padres se afanan en prepararles un puesto de brillo, un porvenir halagador, respetando el deseo, las aspiraciones de sus hijos… Esto, si ellos se deciden por el mundo. Pero cuando Yo me aventuro a golpear a la puerta de un hogar cristiano…, cuando al abrirme llamo con ternura a una de las jóvenes, ofreciéndole el título de Esposa mía…; cuando reclamo para mis altares a uno de los hijos…, ¡ay!… ¡qué protesta, a veces indignada, se levanta en esa casa en contra mía!… Se tilda entonces mi elección de fantasía peligrosa, que es preciso contrariar y disipar a toda costa… Y, cosa extraña, aquellos mismos padres, cuyas almas sufren cruelmente de los horribles desengaños del mundo, de sus falsías, parecen defenderse de un ladrón cuando Yo, un Dios, otorgando a esa familia un honor inmerecido, reclamo se me devuelva uno de los hijos que les presté para mi gloria… ¡Cuántos padres cristianos, ¡oh dolor!, olvidan entonces que soy el Amo que se reserva el porvenir de las almas, y, una vez más, me dicen con su rechazo que ¡Yo, el Rey de reyes, soy siempre el Insensato, y sólo Yo!

(Todos, en voz alta)

 

(Dos veces)

Te adoramos, Jesús, en la locura de tu Cruz.

(Silencio y plegaria secreta)

(Dolor muy grande, inmenso, es, ciertamente, el del Corazón de Jesús al verse tratado como un extraño, como el gran Desconocido por excelencia, no sólo entre enemigos, sino en plena sociedad que se tilda de cristiana. Para ésta, con sobrada frecuencia la piedad es una locura…; la mortificación y el alejamiento del mundo, una locura…; la vida profundamente piadosa del hogar y la vocación religiosa o sacerdotal de los hijos, una locura… Es decir, que el mundo pretende para sí todos, absolutamente todos, los derechos, aun atropellando los del Rey de Reyes… ¡Ello es una grave ofensa a su Soberanía social!… Reparemos, pues, este pecado tan corriente con una oración de desagravio).

Las almas. Señor, porque eres infinitamente bueno…, pero también porque eres Rey, levántate…, encadena la tempestad que osa amenazarte…, y restaura Tú mismo tu soberanía, conculcada y desconocida… Extiende tu brazo omnipotente, haz obrar tu Corazón, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

(Todos)

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey absoluto de tantos hogares donde las conciencias dormitan con sueño letal, donde las almas desfallecen sin vida, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey conquistador de tantos hogares donde en tu puesto de honor se hallan entronizados los ídolos de iniquidad, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey amantísimo de tantos hogares que te sirven y adoran con mezquindad de amor, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

 

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé el Rey amadísimo de tantos hogares que temen tu yugo suave y las dulcísimas exigencias de tu amor, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

 

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé Rey dominador en tantos hogares piadosos donde temen con verdadero sobresalto que siembres una vocación sacerdotal o religiosa, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

Adelántate victorioso, Jesús. Sé Rey de amor de tantos hogares que consideran exageraciones y absurdos las naturales y obligadas expansiones de una piedad sincera y generosa, y reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

 

Reinarás por la sabiduría de tu Cruz.

(Pausa)

Y ahora, Maestro muy amado, ¿no tienes una respuesta que dar al grito de fe y amor de tus amigos?… Di tan sólo una palabra, y nuestras almas no sólo sanarán, sino que, robustecidas y animadas, sabrán también luchar por el honor de tu nombre… Háblanos, Rey Divino.

(Escuchad la respuesta, que Jesús no hace nunca esperar; pongamos atento el oído del corazón).

Voz de Jesús. Estaba triste hasta la muerte, hijitos míos, y vosotros me acabáis de consolar… ¡Si supierais cómo os bendice por ello mi divino Corazón!… Pero veo que en silencio aguardáis, y pedís algo más. ¿No es así?

Tenéis razón, amigos y consoladores; pues siendo vosotros los testigos de mi Pasión y agonía, queríais ser también los testigos y aun los actores de la victoria prometida de mi adorable Corazón. ¿Qué pediríais, pues, en esta Hora Santa para apresurar mi triunfo, cuya gloria será a la vez vuestra y mía?… llamad, ¡oh!, llamad con entera confianza a las puertas de mi Tabernáculo, y exponedme vuestros anhelos… Hablad, decid: ¿qué gracia me pedís?

(Todos)

La llama ardiente de tu divino amor.

¡Oh, qué hermosa petición; amigos queridos!… Pero decidme: para curar o preservaros de los numerosos y grandes males que os abruman…, ¿qué remedio eficaz solicitáis de Mí esta tarde?…

La llama ardiente de tu divino amor.

Bien sé que lo necesitáis; y puesto que lo pedís, sabed que lo obtendréis… Pero ya que vuestras almas sufren debilidad moral… y que con frecuencia vuestros corazones desfallecen en la lucha…, ¿qué desearíais como aliento, como fortaleza secreta e invencible?…

La llama ardiente de tu divino amor.

Ya sabéis por experiencia que mi poder es la omnipotencia… Tended, pues, las manos…, pedid algo grande que os aliente en la obra capital de vuestra propia santificación… Con este fin, decid: ¿qué gracia especial, qué alas me pedís?…

La llama ardiente de tu divino amor.

Pero… ¿y vuestras penas, hijitos?… ¡Cómo! ¿Las olvidáis acaso, en obsequio de amor a las mías?… Pues esto mismo me obliga a ser más benigno y dadivoso con vosotros… Reclamad, ¡oh, sí!, el bálsamo que suavice y cicatrice las heridas. ¿Qué lenitivo me pedís?…

La llama ardiente de tu divino amor.

¿Y vuestros hogares?… ¿No tenéis, por ventura, la preocupación de algo grave que os apena en ellos con relación a los intereses temporales, y, sobre todo, eternos, de los vuestros? ¿Qué tesoro me pedís para el hogar querido?…

 

La llama ardiente de tu divino amor.

Hablando así, me habéis robado el Corazón… Aprovechadlo en favor de alguno que amáis mucho, y que es tal vez la ovejita extraviada del redil de la familia y de mi altar… ¿Qué favor, qué secreto de resurrección imploráis en su favor?…

 

La llama ardiente de tu divino amor.

Y ahora, antes que termine, consoladores míos, esta Hora Santa, poned el pensamiento en vuestra hora de agonía… ¿Qué bendición, qué gracia de misericordia reclamáis para aquella hora decisiva, cuando os encontréis en los dinteles de mi eternidad?… Hablad: ¿qué favor supremo me pedís cuando os hiera la implacable muerte?…

 

(Tres veces)

La llama ardiente de tu divino amor.

(Reiteramos en silencio y fervorosamente cada uno de nosotros esta misma petición al Sagrado Corazón, pidiéndole la gracia de amarlo, si posible fuera, como Él nos ha amado).

(Pausa)

El mundo actual no ha tenido ni siquiera el mérito de invención, al flagelar como a un esclavo al divino Salvador. Al azotarle, nuestra sociedad moderna no hace sino imitar el ejemplo del cobarde Pilatos… Éste declara solemnemente que Jesús es inocente…; pero lo entrega a la soldadesca y lo hace flagelar para saciar la sed de sangre que sofoca al pueblo enardecido…

No de otra suerte procede el mundo con el Redentor, desde hace siglos. No se atreve siempre, por cierto, a negar quién es Jesús…; mas, cediendo cobardemente al clamor pecaminoso de la carne y de la sangre…, vencido vergonzosamente por el orgullo, por la ambición y por tantas y tantas bajezas de nuestra sociedad, que se precia de culta y refinada…, hace lo que Pilatos: entrega al Señor al furor de las pasiones desencadenadas, y ordena y aplaude la flagelación… Y en este nuevo suplicio, los modernos verdugos, tan finos y elegantes de maneras…, tan pulcros en la forma, están, por cierto, a la altura de los soldados de Pilatos…, y aun los sobrepujan en maldad…

Tú los conoces, Jesús, y nosotros debemos también conocerlos, para evitar más de un peligro en sociedad… Nómbralos aquí, Señor; señálanos esos verdugos, a fin de que nuestra reparación sea más sentida y amorosa siendo más consciente…

(Lento, con unción y entrecortado)

Jesús. «Miseremini mei»… Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en peligro, vosotros que deliráis con los placeres…, que vivís del vértigo y de la fiebre de un sensualismo mortífero y nefando… ¿Qué mal os he hecho para que así me azotéis pisoteando los preceptos de mi ley divina…?

«Miseremini mei»… Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en peligro, vosotros los vividores que pasáis, en revista obligada, calles y plazas, clubes y salones… los que os deleitáis entre las arenas candentes de aquellas playas, más que mundanas, frívolas y matadoras… ¿Qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina…?

«Miseremini mei»… Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en peligro, vosotros los idólatras de la diosa impura que fascina, que provoca con modas licenciosas, de indecorosidad atrevida y peligrosa…, ¿qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina»…?

«Miseremini mei»… Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en peligro, vosotros los dilapidadores insensatos de la salud, del dinero y de la juventud…, ¿qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina…?

«Miseremini mei»… Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en peligro, vosotros los atolondrados gozadores de una hora, que se esfuma veloz como el relámpago…, vosotros que vivís aturdidos por el vértigo de una pasión desbocada y loca…, ¿qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina…?

«Miseremini mei»… Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en peligro, vosotras madres, esposas y jóvenes cristianas, engañadas frecuentemente por la sirena de aquella vanidad mundana que empaña, siempre que la obedecéis, el brillo de vuestra belleza moral…, ¿qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina?

«Miseremini mei»… Tened piedad de Mí, y también de vuestras almas en peligro, vosotros los entusiastas inmoderados de los espectáculos teatrales; vosotros, para quienes el sexto mandamiento es palabra vana y tal vez una irrisión… ¡Oh, deteneos, hijos míos, deteneos!

A la luz de este Sagrario, que no miente y de la eternidad, que avanza implacable hacia vosotros…, contemplad el oleaje de fango y de frivolidad, de impudor y de sensualismo degradante…; ¡oleaje que viene a estrellarse a mis plantas, que me insulta con coraje atrevido y que amenaza con la ruina del hogar cristiano! ¿Qué mal os he hecho para que así me azotéis, pisoteando los preceptos de mi ley divina?

¿Me oís, hijitos míos?… ¡Es vuestro Señor y Rey quien os suplica que no lo castiguéis como a un esclavo!… ¡Es vuestro Dios quien implora vuestra piedad y compasión!…

(Recítese o cántese cinco veces en honor de las cinco llagas el «Parce Domine»…, o algo equivalente, en espíritu de reparación).

Afirma hermosamente San Francisco de Sales, que, si se hubiera hecho en el cadáver adorable de Jesús la autopsia que se hace al cadáver de un rey para averiguar la causa cierta de la muerte, se hubiera descubierto que el Corazón del Salvador había sido mortalmente herido, traspasado mucho antes que lo partiera la lanzada de Longinos… ¡Oh, sí! El dardo del amor que atravesó el Sagrado Corazón fue el principal causante de la Pasión y de la muerte de Jesús…

Señor, porque quisiste amar con amor de santa locura a los pequeñitos, a los pobres y a los desgraciados; porque quisiste amar, perdonando a tu pueblo, a tus enemigos y verdugos…, porque quisiste amarnos a todos hasta el extremo límite, por esto, tus jueces y tu Patria exclamaron: «¡Reo es de muerte!».

¡Y ese mismo grito de blasfemia deicida atraviesa hoy todavía, como una lanzada tu Corazón divino, como si quisiéramos castigar con un inmenso desamor tu amor sin límites!

Señor, dinos: ¿no es ésta la razón de tu Pasión? ¡Dígnate contestarnos, Jesús, por esas bocas sangrientas de tus llagas…, por esa herida preciosa del Costado!

Jesús. ¡Oh, sí; decís verdad, amigos queridos!, me entregué a la muerte por amor…, el gran culpable es, pues, mi Corazón… Pero, ¡ay!… Yo conozco además otro culpable, y es preciso que lo conozcáis también vosotros: es vuestro corazón ingrato… ¡Cómo quisiera que lo reconocierais, y que así como lloráis fácilmente sobre infortunios y enfermedades, cuánto más querría veros llorar sobre la falta de generosidad al amarme… Gemid…, llorad por Mí…, porque no soy amado…!

Reclamáis ante Mí en pro de vuestros derechos, en la paz y en la guerra… ¿Y qué hacéis de mi derecho sacrosanto, de ser amado?

Mas no imaginéis al oírme este reproche que me arrepiento de haberos amado tanto: ¡oh, no!… Y en prueba de ello, os reitero en esta Hora Santa el don total, irrevocable, de mi Sagrado Corazón.

Pero, en cambio, os pido que no terminéis esta plegaria sin haberme hecho antes, en  testimonio de agradecimiento, el don total también de vuestros corazones, encendidos en aquella llama de caridad que consume el mío… Dadme, ¡oh!, dadme vuestros corazones…

Las almas. Aunque no lo pidieras Tú mismo, Jesús, este Calvario ardoroso de amigos fieles te hubiera aclamado en esta hora de solemne desagravio su Rey de amor… Escúchanos benigno y complacido, Jesús-Rey, Jesús-Amigo… En nombre de todos cuantos te bendicen y te aman, y en reparación ardorosa por tantos desgraciados que te desconocen, que te olvidan y maldicen, queremos repetirte a saciedad que:

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

(Todos)

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus grandes amigos, los pequeñitos y los niños: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los desvalidos y los pobres: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los infortunados y dolientes: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los olvidados, los desechados y los huérfanos: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los justos y los fervorosos: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los resucitados, esto es, los arrepentidos, los perdonados: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los maltrechos, los tristes y atribulados: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

 

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En nombre de tus amigos los sacerdotes, los apóstoles y las almas consagradas: ¡te amamos, Jesús, porque eres Jesús!

Te amamos, Jesús, porque eres Jesús.

En desagravio por la traición de Judas el ingrato: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por el ultraje del infame Herodes: ¡venga a nos tu reino!

 

Venga a nos tu reino.

En desagravio por la sentencia inicua del cobarde Pilatos: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por las afrentas de la Vía Dolorosa: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por la ignominia de tu Cruz redentora: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

En desagravio por toda aquella Pasión de dolores y de crímenes, de apostasías y de vergüenza con la que, hace siglos, te seguimos amargando: ¡venga a nos tu reino!

Venga a nos tu reino.

(Padrenuestro y Avemaría por las intenciones particulares de los presentes.

Padrenuestro y Avemaría por los agonizantes y pecadores.

Padrenuestro y Avemaría pidiendo el reinado del Sagrado Corazón mediante la Comunión frecuente y diaria, la Hora Santa y la Cruzada de la Entronización del Rey Divino en hogares, sociedades y naciones).

(Cinco veces)

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

 

Oración final

En presencia, ¡oh, Jesús!, de la Reina Inmaculada y de los ángeles que te adoran en esta Hostia Sacrosanta, a la faz del cielo y también de la tierra rebelde y mal agradecida te reconocemos, Señor, como el único Soberano y Maestro y como la fuente única de toda autoridad, de toda belleza, de toda virtud y de toda verdad…

Por esto, de rodillas, y en espíritu de reparación social, te decimos: No reconocemos un orden social sin Dios ni contra Dios: ¡la base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús!

(Todos)

La base de todo orden social es tu Evangelio, Jesús.

No reconocemos ninguna ley de verdadero progreso sin Dios ni contra Dios: ¡la ley de todo progreso es la tuya, Jesús!

La ley de todo progreso es la tuya, Jesús.

No reconocemos las utopías de una civilización sin Dios ni contra Dios: ¡el principio de la civilización es tu espíritu, Jesús!

El principio de toda civilización es tu espíritu, Jesús.

No reconocemos una justicia sin Dios ni contra Dios: ¡la justicia integral eres Tú mismo, Jesús!

La justicia integral eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos noción alguna de Derecho sin Dios ni contra Dios: ¡la fuente del Derecho es tu código, Jesús!

La fuente del Derecho es tu código, Jesús.

No reconocemos una libertad sin Dios ni contra Dios: ¡el único Libertador eres Tú mismo, Jesús!

 

El único Libertador eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos una fraternidad sin Dios ni contra Dios: ¡la única fraternidad es la tuya, Jesús!

La única fraternidad es la tuya, Jesús.

No reconocemos ninguna verdad sin Dios ni contra Dios: ¡la Verdad substancial eres Tú mismo, Jesús!

La verdad substancial eres Tú mismo, Jesús.

No reconocemos un amor verdadero sin Dios ni contra Dios: ¡el Amor increado eres Tú mismo, Jesús!

El amor increado eres Tú mismo, Jesús.

(Cinco veces)

 

¡Corazón Divino de Jesús, venga a nos tu reino!

Comentarios

Comment de HERNAN ALVAREZ
Hora: 12 diciembre 2011, 15:44

QUE DIOS LOS BENDIGA A TODOS Y LES MUESTRE EL CAMINO A SEGUIR!!!!

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